Como encargado de área en mi trabajo, tengo como parte de las funciones el dar la bienvenida a todas las personas que llegan al departamento luego de tomar la inducción. Parte del recorrido consiste en introducirlos al personal de manera que se sientan lo menos aterrado posible en los primeros días. Después de recibirlos, veo a dos de ellos escuchando una alabanza por lo que imaginé, de manera muy ingenua, que ambos eran cristianos.
De inmediato procedí a compartirles de la fe y de lo bueno que era tener a personas con valores cristianos dentro del equipo, les compartí de lo difícil que es encontrar gente honesta y responsable en estos días. Cada uno de los nuevos integrantes me hizo entender lo comprometidos con la fe que ellos estaban y de cómo en el pasado su honestidad los había hecho merecedores de reconocimientos.
Cuán amarga fue la sorpresa par a mi cuando a las 11:00am (sólo dos horas después de haberles recibido) los encuentro inmersos en una conversación muy subida de tono donde los tópicos variaban desde qué tanto alcohol podían consumir sin caer inconscientes hasta cuán promiscuos sexualmente e infieles habían sido. Cuando mi nivel de indignación por la mentira que me habían dicho llegó al límite, decidí entrar en la sala. Cuando los pseudo-creyentes me vieron, sus rostros cambiaron y se pusieron rojos. Justo antes de abrir mi boca, en modo ministro acusador, recordé un escrito en este blog, haciendo referencia a que somos parte de “Una Cultura que Miente”. Esto es sólo un ejemplo de la carencia de integridad en todos los estamentos, tristemente los miembros de la iglesia no son la excepción.
El hombre se ha alejado de Dios y Su Palabra
Las constantes muestras de la carencia de integridad en nuestra nación no se debe al diputado que aprueba cosas sin leer, al senador que recibe sobornos para proyectos o el funcionario del gobierno central que malgasta los fondos de los contribuyentes en gustos y viajes personales. La realidad, por triste que suene, es que el órgano más simple de la sociedad, el individuo, ha decidido dejar a Dios y su Palabra a un lado en su caminar. El Señor en el libro de los Salmos nos da muestras sobre cómo es el caminar del hombre cuando mantiene una relación personal con Él.
El órgano más simple de la sociedad, el individuo, ha decidido dejar a Dios y su Palabra a un lado en su caminar.
“En cuanto a mí, me mantienes en mi integridad, y me afirmas en tu presencia para siempre” (Salmos 41:12, LBLA).
En el original hebreo, la palabra integridad hace referencia a algo “completo“ lo cual es el estado al que el hombre pasa cuando Dios, a través del Espíritu Santo, restablece, restaura al hombre, le restituye, le coloca propósito y le cambia la manera de ver las cosas. No debemos nunca confundir integridad con honestidad, esta última es la que el sistema en que vivimos busca presentarnos de manera sutil como sustituto de la primera. Para poder continuar me siento en la obligación de profundizar más en esta diferencia.
¿Cuál es la diferencia entre ambas?
La honestidad habla de lo que yo digo, la integridad habla de lo que yo soy. La honestidad está sujeta a lo que es considerado por la sociedad como correcto, adecuado y aprobado, por lo cual, con el transcurrir del tiempo puede variar. Sin embargo la integridad habla de lo que Dios ha señalado mediante su Palabra como correcto y perfecto, por tanto, esto no es afectado por la mentalidad de la comunidad ni por el tiempo.
La honestidad habla de lo que yo digo, la integridad habla de lo que yo soy.
Otro concepto interesante acerca de integridad vs honestidad es el enfoque dado por el Dr. Miguel Núñez en su Libro “Vivir con Integridad & Sabiduría” cuando expresa:
“La honestidad debe llevarnos a admitir la falta cometida, pero la integridad no nos permite cometer la falta”. – Dr. Miguel Núñez
Esta sencilla sentencia encierra un profundo y poderoso significado del que continuaremos hablando en la próxima entrega.