Vivimos en una realidad en la que servir a las demás personas o a sus necesidades, es considerado como una muestra visible de debilidad, así como un ejemplo de fracaso, carencia de aptitudes y/o habilidades. Como conquistadores somos entrenados bajo modelos errados de éxito, capacidad y liderazgo que nos hacen dejar de lado cosas como la humildad, compasión y servicio. En su lugar somos motivados y desafiados a crecer para satisfacer un ego.
Aún en las congregaciones damos más valor a cosas como: donde nos hemos formado, a quienes conocemos, donde nos congregamos, a quienes seguimos, cuántas personas nos rodean, de qué tamaño y qué tan conocido es el templo.
Como resultado de estas condiciones nos relacionamos con individuos que buscan sólo el placer y la auto satisfacción a toda costa. Para ellos el fin justifica los medios. Como creyentes debemos de luchar contra este mal de manera incansable.
Efesios 2:10 dice:
“porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que andemos en ellas”. Aunque no de manera directa, en este texto el autor nos da pautas de que el servicio es una de las buenas obras que Dios preparó para que andemos en ella.
Si bien es cierto que a través del servicio (buenas obras) no ganaremos méritos para alcanzar salvación. Al poner en práctica el servicio demostramos que hemos nacido de nuevo. La presencia misma de Cristo que habita en el que ha nacido de nuevo, esa presencia es la que pone un corazón de siervo, un espíritu de sacrificio, la disposición de descender para que otros puedan ascender.
Así como el poseer una identificación nos reconoce ante las autoridades de que pertenecemos una nación determinada de igual manera el servicio y las obras nos reconocen como personas piadosas y nacidas de nuevo. Filipenses 2:4-8 nos da el sumo ejemplo de servicio y humildad en la persona de Cristo, que al dejar voluntariamente su lugar en los cielos, se hizo semejante a nosotros.
Todas estas razones son evidencia que sin lugar a dudas el servicio es una orden. Debemos renovar nuestro entendimiento a través de la palabra de manera que podamos desechar todo conocimiento viciado, y en su lugar llenarnos de la palabra de Dios a fin de presentarnos ante Dios como siervos suyos y obreros aprobados, como verdaderos Doulos de Cristo.