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Una cultura que miente | Desaprender para aprender

Hace varias semanas, luego de casi 600 páginas de lectura, 18 horas de clase presencial y muchos repasos de fechas y cientos de datos, llegó el momento; esa hoja en blanco y negro llamada examen. Esta vez, ya no presencial, sino a través de la red de internet, sólo en casa y sin la mirada penetrante de un maestro que cuestionaría en silencio mi saber o sin ese extraño sonido de los lápices al trazar las respuestas sobre el papel en el curso.

Llegó el momento, enciendo el computador…pero me doy cuenta que están mis apuntes, todas y cada una de las 600 páginas a la distancia de un click. 

“Todo el mundo revisaría sus notas durante el examen para pasar esa prueba… el profesor sabe que lo harás”.

¿A qué maestro se le ocurre semejante locura? ¿Examen online…sin supervisión?

Y lo que faltaba llegó, alguien que con su voz me dijo minutos antes de la solitaria prueba: “Todo el mundo revisaría sus notas durante el examen para pasar esa prueba…el profesor sabe que lo harás”.

“La integridad parece no ser elemental en esta cultura”

Antes de entrar en materia, permítanme compartir algunas definiciones de lo que llamamos “cultura”. Según la Real Academia Española de la Lengua se trata del “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social… es la manera habitual de actuar o comportarse. Es costumbre o la práctica tradicional de una colectividad o de un lugar.”

El concepto de integridad, que deriva del término de origen latino integrĭtas, hace hincapié en la particularidad de íntegro, y la condición pura de las vírgenes. Algo íntegro es una cosa que posee todas sus partes intactas o, dicho de una persona, hace referencia a un individuo correcto, educado, atento, probo e intachable.

Vivimos en una cultura donde todo lo que vale es aquello que se puede hacer público para recibir “likes” y comentarios; aquello que es íntimo, carece de valor.

Basado en esto, es fácil reconocer que vivimos en una cultura donde todo lo que vale es aquello que se puede hacer público para recibir “likes” y comentarios; aquello que es íntimo y que no necesariamente se divulga sino que se vive, carece de valor.

Rechazar la integridad es sutilmente aceptar y justificar otros conceptos que antes preocupaban, “la pequeña mentira necesaria”, la falsedad, el engaño a nosotros mismos y se añade a esto, aprender a vivir en la esclavitud de esconder aquello que nos avergüenza, lo que somos siendo nosotros mismos cuando nadie nos ve y que queremos esconder de los demás.

Esta deshonrada cultura, denigrada, sin identidad y carente de Dios parece gritarnos todos los días, a través de todos los medios posibles, lo que una vez fue dicho a un hombre enfermo llamado Job: “¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete” (Job 2:9, LBLA).

¿Podríamos levantar nuestra voz como el salmista al decir?: ”…júzgame oh Señor, conforme a mi justicia y a la integridad que hay en mí” (Salmos 7:8, LBLA).

“El Fin Justifica los Medios”

Nuevamente los principios bíblicos son en contraposición a los principios de este mundo caído; el mundo te incita a andar de cualquier modo ya que “el fin justifica los medios”, eslogan que encuentra lugar aún en púlpitos cristianos’ mientras que la Palabra de Dios, claramente explica: “Mejor es el pobre que anda su integridad que de labios perversos y necio” (Proverbios 19:1 LBLA).

Esto es un ataque frontal a la falta de integridad que, en muchos casos, requiere de la perversidad y necedad para imponerse. Una muestra de lo sutil de este error es que fácilmente podemos reconocer la mentira, el adulterio, la fornicación, el robo, la masturbación como pecados, pero no así la falta de integridad, a esto último creemos que tenemos la facultad de recurrir sin consecuencias.

Escuché decir hace poco en una conferencia que: “la iglesia es: profética (en el sentido de que predice el futuro a través de la revelación bíblica, pero también analiza el presente); es sobrenatural (siendo la oración el medio del verdadero poder de la iglesia); es moral y también es humanitaria”.

“La cultura pretende reducir la iglesia a una entidad moral y humanitaria pero no la reconoce como profética y sobrenatural”.

Añade el expositor que “la cultura pretende reducir la iglesia a una entidad moral y humanitaria pero no la reconoce como profética y sobrenatural”. Para esto último, se requiere integridad y la ausencia de ello constituye un logro para esta condenada cultura. ¡Esta cultura ha perdido el respeto por la iglesia! Pero hay buenas noticias.

La integridad es posible, no es algo que tienes que intentar tú sólo, el autor de los Salmos declara: “En cuanto a mí, me mantienes en mi integridad, y me afirmas en tu presencia para siempre” (Salmos 41:12 LBLA).

El profeta Daniel es prueba de que es posible: “…entonces los funcionarios y sátrapas buscaron un motivo para acusar a Daniel con respecto a los asuntos del reino; pero no pudieron encontrar ningún motivo de acusación ni evidencia alguna de corrupción, por cuanto él era fiel, y ninguna negligencia ni corrupción podía hallarse en él.” (Daniel 6:4 LBLA).

Requiere valor

Si es cierto que obligatoriamente vamos a interactuar con la cultura, también lo es que no podemos ignorarla o tener miedo; se trata de que esa relación se fundamente en darle visión a esta generación y crear convicciones en Cristo. Lo íntimo y privado; la relación con Dios sin el ruido de publicidad, la adoración y oración personal si importan. Reciben reconocimiento, no del mundo, sino del Padre, por Él y para Él fuimos hechos. (Romanos 11:36)

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Samuel Ne

Doulos por amor. Vive en Santo Domingo, R.D. Esposo de Vanessa Molina, padres de Laura Michelle Ne. Misionero; Coordinador Nacional de Jóvenes de la Iglesia Evangélica Misionera (IEM). Pertenece a la I.E.M. "Manantial de Vida" en Santo Domingo, D.N. Colabora en nuestro blog como autor invitado.
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