Desde la perspectiva de la cultura en la que vivimos, alcanzar méritos por actos de amor o servicio es algo poco comprensible. Podríamos decir que lo podemos comparar a nadar en el desierto o querer esquiar en el caribe. El individualismo que se nos inculca nos guía, de manera casi mística, a trascender sin importar el costo, a dejar atrás a los demás, y a que el podio de ganadores sea solo de uno.
En el libro de Efesios, el apóstol Pablo explica a los cristianos cómo vivir una vida cristiana: “Sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo” (Efesios 5:21).
Una palabra difícil
La palabra sumisión es seguramente una de las palabras más difíciles, una de las que menos gustan y que causa más desacuerdos. Pero Pablo le dice a estos cristianos, “Sírvanse unos a otros por respeto a Cristo” (Efesios 5:21 PDT).
Independientemente del significado de la palabra sumisión, Pablo piensa que es una actitud que todo cristiano puede y debería tener. Por eso utiliza tres ejemplos de relaciones de su tiempo (esposa-marido, hijo-padre, y siervo-señor) para ilustrar cómo uno debe someterse. En todos los ejemplos, una persona tiene más poder, y la otra tiene menos poder.
Tomemos, por ejemplo, la relación marido-mujer. En los días de Pablo, una esposa no tenía ningún derecho legal, su marido podía hacer lo que quisiera en asuntos legales sin tener el consentimiento de ella. Pero una esposa tenía que tener el permiso del marido antes de poder comprar o vender alguna propiedad o hacer algún trato. Los maridos, además, también tenían ventajas financieras y casi toda la educación. Por supuesto, ellos se apoyaban en la filosofía pagana, la cual enseñaba que las mujeres eran seres dañados e inferiores a los hombres.
En cualquier lugar donde haya este tipo de desequilibrio del poder, ¿qué es lo más probable que hará la persona que tiene más poder o autoridad? Pues señorear sobre la otra persona, controlarla, usarla para hacer su vida más fácil.
¿Y qué es lo más probable que haga la persona que tiene menos poder o autoridad? Pues resistirse, rebelarse, hacer miserable la vida del marido de alguna forma.
Una solución conveniente
Pero Pablo ofrece una mejor solución, una forma para ir más allá de las luchas de poder. Se llama sumisión. En realidad, Él decía, “En la vida, cuando estés en una posición de menor autoridad o poder” —la cual en ese tiempo incluía a las esposas, hijos y siervos— “no te resistas ni te rebeles.” En el temor de Cristo, respeta, honra y trabaja duro para complacer a la otra persona. Y cuando estés en una posición de mayor poder —la cual en los días de Pablo incluía a los maridos, padres, y los señores o amos— “no te señorees sobre la otra persona. No los uses para hacer tu vida más fácil. Al contrario, utiliza tu poder para beneficiarlos.”
La sumisión significa que voluntariamente me limito a lo que, en forma natural, haría en esa relación con el fin de beneficiarme. Si tengo más poder, en lugar de hacer lo que naturalmente haría con él para hacer mi vida más fácil, en el temor de Cristo usaré mi poder para servirte. Renunciaré incluso hasta mi vida con el fin de beneficiarte. Richard Foster explica que “la sumisión lleva a la libertad, una libertad que lo ayuda a deshacerse del terrible peso y carga de que siempre se hagan las cosas a su manera.” La sumisión también significa que si tengo menos poder, en lugar de hacer lo que haría naturalmente y pelear a cada momento, voy a mostrarte respeto y honor.
Te exhorto a que, como buenos siervos de Cristo, podamos ejercitarnos en esta disciplina de manera que, cuando tengamos que ejercerla lo hagamos de la mejor manera, con el corazón.